«Con Cristo Estoy juntamente crucificado: y ya no vivo yo vivo, mas Cristo vive en mí…» (Gálatas 2:20)
«Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.» (Gálatas 5:24)
El mundo de la iglesia está lleno de ministros, maestros de escuela dominical y obreros, evangelistas y misioneros, en los que los dones del Espíritu se manifiestan y traen bendiciones a las multitudes; pero cuando se los conoce de cerca, se los encuentra llenos del Yo.
Ellos pueden pensar que han dejado todo por Cristo, e imaginar que estarían dispuestos a morir por su Maestro; pero en el fondo, en su vida privada ocultos, se esconde ese siniestro poder del Yo. Tales personas se preguntan por qué no tienen la victoria sobre su orgullo herido, su susceptibilidad, codicia, su falta de amor, falta de la experiencia de los prometidos “ríos de agua viva».
Oh, el secreto no está muy lejos. En secreto y habitualmente practican adoración de santuario, en el santuario del Yo. Allí se inclinan a diario y le rinden homenaje. En la cruz hacia el exterior se glorían, pero interiormente adoran a otro dios, y extienden sus manos para servir a una vida egoísta mimada, acariciada, compadecida. La cruz hacia el exterior, el pago de la pena del pecado, de la muerte del sustituto… ya lo conocen. Pero el misterio increíble y no soñado de las profundidades de esa cruz, como debiera ser aplicado a la vida interior… no conocen. Hasta que Cristo obra en ti una crucifixión interior que te cortará del autoenamoramiento, y te une a Dios en una profunda unión de amor, que mil cielos no podrían darte esa paz.
Dios, enduréceme contra mí mismo,
El cobarde con voz patética,
Quien anhela la facilidad y descanso, y alegrías;
Yo mismo, archi-traidor a mí mismo,
Mi amigo más vacío, mi enemigo mortal;
Mi obstrucción, en cualquier camino que voy.
Sin embargo, hay Alguien que me puede frenar,
Puede rodar la carga asfixiante de mí,
Romper el yugo y ponerme en libertad.
-Christina Rossetti-
..A alguien que preguntó a George Müller el secreto de su servicio, él respondió: “Hubo un día en que morí», y mientras hablaba, él se inclinó más hasta que casi tocó el suelo. Continuando, agregó «morí a George Müller, sus opiniones, preferencias, gustos y voluntad; muerto para el mundo, su aprobación o censura; muerto a la aprobación o la culpa, incluso de mis hermanos y amigos; y desde entonces he estudiado sólo para mostrarme a Dios aprobado».
-L. E. Maxwell- Born Crucified (Nacido Crucificado). Moody Publishers, 2010.