Una primera característica para servir a Dios con algún nivel de éxito y para hacer la obra de Dios de manera apropiada y triunfal, es un sentido de nuestra propia debilidad. Cuando los soldados de Dios marchan hacia la batalla, fuertes en su propio poder y presumen diciendo: “Sé que conquistare, mi brazo derecho y mi espada conquistadora me conseguirán la victoria”, la derrota no esta lejana. Dios no ira con el hombre que marcha en su propia fuerza. Aquel que ha considerado de esa forma la victoria ha estado errado, pues: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6)
Los que salen a la batalla jactándose de sus proezas, volverán arrastrando sus alegres estándares por el polvo, y sus armaduras manchadas de deshonra. Los que sirven a Dios deben hacerlo a su manera, en su fuerza, de lo contrario Él nunca aceptara que lo sirvan. Lo que el hombre hace sin la ayuda de la fortaleza divina, no será reconocido por Dios. Desechara el simple fruto de la tierra y solo cosechara aquel fruto de la semilla que fue plantada desde el cielo, regada por gracia y madurada por el sol del amor divino. Dios te vaciará de todo lo que tienes antes de poner lo que es suyo en ti. Primero limpiara tus graneros antes de llenarlos con lo mejor del trigo. El río de Dios está lleno de agua, pero ni una gota fluye de fuentes terrenales. Dios no utilizara ninguna fuerza para sus batallas que no sea impartida por Él.
¿Te lamentas de tu propia debilidad? Toma aliento, pues debes tener conciencia de tu debilidad antes de que el Señor te conceda la victoria. Tu vacuidad no es sino la preparación para que puedas ser llenado, y tú desanimo es la puesta a punto para que seas levantado.
“Cuando soy débil, entonces soy fuerte; la gracia es mi escudo y Cristo mi canción”.