Mi alma comienza con Dios este mes invernal. La fría nieve y el invierno penetrante te recuerdan que Él guarda su pacto con la noche y con el día, y te asegura que guardará ese glorioso pacto que ha hecho contigo en la persona de Cristo Jesús, aquel que es fiel a su palabra en los caminos de las estaciones de este pobre mundo corrompido por el pecado, no será infiel en su con su bien amado hijo.
El invierno en el alma no es en absoluto una estación confortable, y si la atraviesas en este momento, debe ser algo muy doloroso, pero hay consuelo; es decir, el Señor lo lleva a cabo. Él envía los afiliados estallidos de adversidad para cortar los brotes de esperanza, Él esparce la escarcha como cenizas sobre las que una vez eran verdes praderas de nuestro gozo: Él despide su hielo como porciones que congelan las corrientes de nuestros deleites. Él lo hace todo, el gran rey del invierno, gobierna en el reino de hielo y, por lo tanto, no puedes murmurar.
Pérdidas, cruces, pesadumbre, enfermedades, pobreza y otros miles de males son enviados por el Señor y vienen a nosotros con propósito divino. Las heladas matan los insectos nocivos y ponen un límite a enfurecidas afecciones, quiebran los terrones y ablandan la tierra. ¡Oh, qué buenos resultados como esos siempre siguieran nuestros inviernos de aflicción!
¡Cuánto valorizamos el fuego ahora! ¡Qué placentero es su alegre resplandor! Que de la misma manera apreciemos a nuestro Señor, que es la fuente constante de calor y consuelo en todo tiempo de problemas. Acerquémonos a Él y al creer, encontremos en Él gozo y paz.
Envolvámonos en las cálidas vestiduras de sus promesas y salgamos a las labores que son apropiadas a la estación, porque sería malo ser como el haragán que no arará a causa del frío, y pedirá en el verano y no obtendrá nada.