La palabra refugio puede traducirse como “mansión” o “lugar de habitación”, lo que nos da la idea de que Dios es nuestra morada, nuestro hogar. Hay plenitud y dulzura en esta metáfora, pues nuestro hogar es muy apreciado en nuestro corazón, aunque sea una humilde cabaña o una simple buhardilla. Y mucho más precioso es nuestro bendecido Dios en quien vivimos, nos vemos y tenemos nuestro ser. El hogar es el lugar en el que nos sentimos seguros: impedimos la entrada del mundo y habitamos en tranquila seguridad. Entonces, cuando estoy con Dios “no temo peligro alguno” (Salmo 23:4).
Él es nuestro amparo y auxilio, nuestro refugio permanente. En casa descansamos, es allí en donde encontramos reposo después de la fatiga y del esfuerzo del día. Y entonces nuestros corazones encuentran refugio en Dios, y cuando estamos agotados por los conflictos de la vida, nos volvemos a Él y nuestra alma se relaja. En el hogar dejamos que nuestro corazón sea libre. No tememos que nuestras palabras sean mal comprendidas. Entonces, cuando estamos con Dios, podemos comunicarnos libremente con Él, exhibiendo todos nuestros deseos ocultos, pues si “la comunión intima de Jehová es con los que le temen” (Salmo 25:14, RVR 60), la comunión intima de aquellos que le temen debe ser y tiene que ser con su Señor.
Hogar, también, es el lugar de nuestra felicidad más sincera y más pura, y es en Dios que nuestros corazones encuentran su más profundo deleite. Tenemos gozo en Él que sobrepasa por mucho todo otro gozo. También para nuestra casa trabajamos y obramos. Tal pensamiento nos da fortaleza para soportar las cargas cotidianas y apresura las manos para realizar la tarea y, en este sentido, podemos decir que Dios es nuestro hogar. Amarlo nos fortalece. Pensamos en Él en la persona de su Hijo amado y una vislumbre del sufriente rostro de nuestro redentor nos constriñe a trabajar en su casa. Sentimos que tenemos que trabajar, pues todavía hay hermanos que deben ser salvos y tenemos el corazón de nuestro Padre que debe alegrarse trayendo a la casa a los hijos descarriados. Llenaríamos con mirra santa la familia sagrada en medios de la cual vivimos.
¡Felices aquellos que han tenido al Dios de Jacob como su refugio!