«Entonces dio voces, diciendo: Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Lucas 18:38)
«Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias» (Salmo 34:16)
Del mismo modo que Cristo llamó al ciego de entre la multitud con el fin de ofrecerle lo que él necesitaba, también Cristo nos llama hoy en día, ofreciendo hacer por nosotros lo que no podemos hacer nosotros mismos. Pero el ciego tuvo que armarse de valor para responder a la llamada, y estar en pie delante de Jesús como suplicante necesitado. Sin embargo, el deseo del hombre ciego por Cristo era tan profundo y real que se puso en pie y soltó su capa con el fin de llegar rápidamente a Cristo. Al responder a la llamada de Cristo, también nosotros tenemos que dejar de lado las prendas del orgullo, evitar las apariencias, la pereza, autosatisfacción, y todos los otros pesos y pecados que pudieran obstaculizar nuestro progreso. Si lo hacemos, recibiremos a cambio de esas prendas, las propias vestiduras de Cristo de justicia, santidad, sanidad, ¡y el poder de Dios! Prosigamos pues sobre cada obstáculo, como lo hizo el ciego, ¡y vengamos a Cristo hoy!
-J.B. Bishop-
Fue la suerte de Bartimeo que Jesús pasara, y oyera su grito. Si bien es cierto que el grito del hombre se puede escuchar en cualquier lugar, es poco probable que el hombre clame a Dios hasta que Su presencia se realiza a través de la presencia de otros creyentes. Dondequiera que van los cristianos llenos del Espíritu, pueden llevar la presencia de Jesús. Cuando los necesitados los reconocen, van a clamar a ellos. Él quitará la oscuridad del pecado y dará la luz de la salvación.
-L.C.H.-
El amor tiene un dobladillo en su prenda de vestir
Que alcanza al mismo polvo.
Puede llegar a las manchas
En las calles y los carriles
Y debido a que puede, debe:
No puede parar en la montaña
Se ve obligado a ir al valle
Porque no puede encontrar su plenitud mental
Hasta que alcanza a las vidas que fracasan.
-Autor Desconocido-